Elvio Romero
nació en Yegros, el 12 de diciembre 1926. Hijo del dueño de un tiovivo y
tallador de imágenes de santos. Se definía a sí mismo como
“hijo de la intemperie”, cambió pronto la escuela por el oficio de carretero,
tan acorde a su vocación de “caminante”. Sin embargo, la lectura casi
clandestina de un cuaderno de su madre con poemas recortados y pegados de Rubén
Darío, Gutiérrez Nájera y Amado Nervo, le hizo descubrir la poesía y la
necesidad de cultivar la palabra con sensibilidad y conocimiento. Se incorporó
a la vida literaria compartiendo tertulias con Roa Bastos, Josefina Plá, Hérib
Campos Cervera, Hugo Rodríguez Alcalá, Óscar Ferreiro, y otros altos exponentes
de las letras paraguayas de entonces. En 1947, tras el triunfo del golpe
de estado del general Morínigo, Elvio Romero tuvo que exiliarse. Primero vivió
en Presidencia Roque Sáenz Peña, en el Chaco argentino. Por su casa pasaron,
camino del exilio, figuras como José Asunción Flores, Herminio Giménez, los
hermanos Larramendia, y muchos otros. Posteriormente se instaló en Buenos
Aires, donde fue apadrinado por Rafael Alberti (quien con el poema “Elvio
Romero. Poeta paraguayo” prologó Días roturados, su primer
libro). También en Buenos Aires conoció los más importantes poetas del momento
(Pablo Neruda, Nicolás Guillén, Raúl González Tuñón) que lo integraron en
los círculos de la poesía latinoamericana, donde su voz poética pronto fue
conocida y apreciada. La poesía de Elvio Romero ha recibido el elogio y el
reconocimiento de numerosos lectores, entre ellos tres ganadores del Premio
Nobel de Literatura, como Gabriela Mistral (que afirmaba leerlo "como
acostada sobre la tierra"), Miguel Ángel Asturias ("Poesía invadida
llamo yo a esta poesía, poesía invadida por la vida, por el juego y el fuego de
la vida") y Pablo Neruda ("poesía llena de fuerza y
follaje"). El poeta Hamlet Lima Quintana, lo señala como uno de los
referentes más importantes de la poesía latinoamericana. Josefina Plá
dice que al leer la poesía de Elvio Romero "se va a escuchar la voz de un
pueblo reclamando su lugar en el coro de la libertad". Nicolás Guillén le
dedicó un emotivo y cálido poema en el que le llamaba “Elvio Romero, mi
hermano”. Elvio Romero es la voz poética paraguaya más conocida en el mundo
hispanohablante. Su obra poética está, hasta la actualidad, compuesta por 13
poemarios. En 1990 se reunieron en la edición Obras completas (2 volúmenes) y
al año siguiente publicó: “El poeta en la encrucijada”, libro por el que se le
concedió el Premio Nacional de Literatura- instituido ese año en Paraguay. Fue
miembro de la Academia Paraguaya de la Lengua, obtuvo en 1991 el primer Premio
Nacional de Literatura de la historia paraguaya y desde hace varios años su
nombre sonaba insistentemente para los premios Cervantes y Príncipe de
Asturias. Producido en 1989 el derrocamiento de Alfredo Stroessner, Elvio
Romero pudo regresar al país donde tomó contacto con sus amigos y colegas
paraguayos. Fue miembro de número de la Academia Paraguaya de la Lengua
Española y socio del PEN Club del Paraguay. Ocupó el cargo de agregado en la
Embajada de Paraguay en Buenos Aires, desde febrero de 1995 hasta días antes de
su fallecimiento, en la madrugada del 19 de mayo de 2004 en Buenos Aires, a la
edad de 78 años, a causa de un paro cardíaco. Su voz, sigue viva.
Tormenta
La noche ha sido larga.
Como desde cien años
de lluvia,
de una respiración embravecida
proveniente de un fondo de vértigo nocturno,
de un cántaro colorado
jadeando en la tierra,
el viento ha desatado su tempestad violenta
sobre el velo anhelante de la ilusión
efímera, sobre los fatigados menesteres
y tú y yo, en la colina
más alta,
en el rincón de nuestros dos silencios,
abrazados al tiempo del amor, desvelándonos.
Deja que el viento muerda sobre el viento.
Yo te cerraré los ojos.
La historia de mi corazón
La historia de mi corazón
es simple, así lo ven, como la vasija de arcilla
traída de aquel barranco rojo, como los frutos
radiantes
de mi país; un suceso callado y sobrellevado como
el puñal riesgoso que se esconde en el pecho;
bonancible unas veces y otras veces amarga como
todas las cosas del amor: un eco de guitarra
rasgada en el amanecer y en el atardecer de la
tierra.
La historia de mi corazón
contiene un ancho río con piraguas y hogueras,
recónditos remansos con reflejos de pieles
de jaguares y pumas que se acercan jadeando a sus orillas;
un aire antiguo aventa sin pausa sus latidos
y un viento de verano sopla en sus cicatrices;
vigila a un ancho cielo que atestiguó las danzas
rituales de una raza callada y destruida.
Abarca la de mi pueblo,
el pergamino de su largo viacrucis,
guarda sus viejas crónicas de esplendor
y violencia,
sus secretos de guerra y campamentos;
están aquí, con su vigor de sangre y su escritura
de fuego, sus hitos silenciosos de victoria y
catástrofes.
Así es mi corazón,
así sus encrucijados, sus atajos dorados;
se reflejan en él-como una nube en la
corriente-
senderos recorridos, amores padecidos
y olvidados, hechos hondos
que lo movieron, de una luna a otra luna, de una
magia a otra magia,
intensa, interminablemente
hacia un extraño suelo de color aturdido.
Mil veces ha tenido que marchar de tu lado
y regresar mil veces. Tendría acaso la
predestinación
de esta tierra, la de todos los hombres y las cosas
de este solar: cambiar de sitio siempre,
trasladarse y volver
a la querencia, salir y retornar a la entraña, a la
matriz desollada,
desmemoriado y memorioso, intacto, herido,
con espadas dispuestas a otra intensa jornada.
Ahora el viejo fuego lo estremece de nuevo,
hoguera sin extinción, diamante de estos días
profundos, reanimando sus lumbres. Y es entonces
cuando comprende que ya no cejará en sus
arrebatos, en su reiteración
de saberse en la música del querer, de entre tantas
cenizas salir airoso hacia la plenitud, hacia el
rocío,
hacia el acto invencible con que el amor se
encara con la muerte.
La historia de mi corazón
es simple, así lo ven, como la vasija de arcilla
traída de aquel barranco rojo, como los frutos
radiantes
de mi país; un suceso callado y sobrellevado como
el puñal riesgoso que se esconde en el pecho;
bonancible unas veces y otras veces amarga como
todas las cosas del amor: un eco de guitarra
rasgada en el amanecer y en el atardecer de la
tierra.
La historia de mi corazón
contiene un ancho río con piraguas y hogueras,
recónditos remansos con reflejos de pieles
de jaguares y pumas que se acercan jadeando a sus orillas;
un aire antiguo aventa sin pausa sus latidos
y un viento de verano sopla en sus cicatrices;
vigila a un ancho cielo que atestiguó las danzas
rituales de una raza callada y destruida.
Abarca la de mi pueblo,
el pergamino de su largo viacrucis,
guarda sus viejas crónicas de esplendor
y violencia,
sus secretos de guerra y campamentos;
están aquí, con su vigor de sangre y su escritura
de fuego, sus hitos silenciosos de victoria y
catástrofes.
Así es mi corazón,
así sus encrucijados, sus atajos dorados;
se reflejan en él-como una nube en la
corriente-
senderos recorridos, amores padecidos
y olvidados, hechos hondos
que lo movieron, de una luna a otra luna, de una
magia a otra magia,
intensa, interminablemente
hacia un extraño suelo de color aturdido.
Mil veces ha tenido que marchar de tu lado
y regresar mil veces. Tendría acaso la
predestinación
de esta tierra, la de todos los hombres y las cosas
de este solar: cambiar de sitio siempre,
trasladarse y volver
a la querencia, salir y retornar a la entraña, a la
matriz desollada,
desmemoriado y memorioso, intacto, herido,
con espadas dispuestas a otra intensa jornada.
Ahora el viejo fuego lo estremece de nuevo,
hoguera sin extinción, diamante de estos días
profundos, reanimando sus lumbres. Y es entonces
cuando comprende que ya no cejará en sus
arrebatos, en su reiteración
de saberse en la música del querer, de entre tantas
cenizas salir airoso hacia la plenitud, hacia el
rocío,
hacia el acto invencible con que el amor se
encara con la muerte.